Igualmente les aseguro que debido a ello, es todo un experto en temas militares, siendo creador junto a mi estimado amigo Vicente Talón de la tristemente desaparecida revista Defensa.
En su época de reportero realizó un vibrante documental sobre el trabajo del Servicio de Vigilancia Aduanera en el Estrecho de Gibraltar (que guardo en algún sitio). Desde entonces es un firme defensor del Servicio, con un notable conocimiento de causa, pues ha vivido de cerca numerosas operaciones. Prueba de ello es esta imagen en la que aparece en una playa junto al observador del helicóptero del SVA en el que iba embarcado. Tras a ellos una neumática contrabandista recién apresada, todavía con algunos fardos de droga en su interior.
Esta interesante foto nos la ha facilitado nuestro amigo J.L.I., al que se lo agradecemos especialmente porque no creo que existan muchas de estas.
Aprovecho la ocasión para dejarles aquí uno de sus sentidos artículos publicado en 2002, tras el accidente sufrido por el helicóptero “Argos-IV”. También como no, expresarle a Don Arturo nuestro agradecimiento.
Hace un par de semanas, tres amigos míos se estrellaron persiguiendo una planeadora, y salvaron el pellejo de milagro. Volaban de noche a cincuenta nudos sobre el mar a bordo de Argos IV, el helicóptero de Vigilancia Aduanera de Algeciras, detrás de una goma, tripulada por tres marroquíes, que había salido del economato cargada de chocolate. Pegaba fuerte oleaje, con viento de fuerza siete, y la velocidad de la planeadora la hacía brincar sobre el agua, iluminada por el foco del helicóptero. Rutina. Una situación vivida y resuelta miles de veces. Y de pronto, el molinillo se fue abajo. Chof. Al agua. Son cosas que pasan: unas veces se gana, otras se pierde, y otras se va uno a tomar por saco. Esa vez, mis amigos casi se fueron. Piloto, copiloto y observador: magullados y heridos pudieron salir del aparato antes de que se hundiera. Luego -son profesionales- se mantuvieron agarrados unos a otros, flotando en sus chalecos salvavidas, en la noche, la oscuridad y el oleaje. Las radiobalizas resultaron ser una puñetera mierda. No se activaron, o la señal no llegó a ninguna parte. Pasaban luces de mercantes a lo lejos. Tiraron bengalas, pero, o a bordo de los barcos no las vieron, o pasaron mucho. Por suerte, uno de los náufragos llevaba un teléfono móvil en una bolsa estanca; y antes de que éste también se fuera al carajo pudieron decir que estaban en el agua. Después aguantaron luchando contra la hipotermia, economizando fuerzas, agarrados para no separarse, durante más de dos horas. Y al fin, los compañeros que habían salido en su busca, los encontraron y los llevaron a casa.
No tenía previsto escribir nada sobre eso. En los últimos tiempos he hablado mucho de esos tipos y de su curro, y sé que no les gusta. Además, caerse al agua es gaje del oficio. Más les duele la pérdida del molinillo: sé que le tenían cariño al viejo y fiel Argos IV. Además, cuando se publique esta página ya estarán de nuevo ahí arriba, en la noche, persiguiendo a los malos porque es su obligación y su oficio. Pero resulta que, después del accidente, entre las informaciones de prensa y las declaraciones y todas esas cosas, leí algo que no me gustó: el comentario de un miembro de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, que por lo visto no considera a los de Vigilancia Aduanera compañeros, sino competencia. Y el hombre, o el portavoz, o lo que sea mi primo, en vez de manifestar solidaridad y admiración por su trabajo, se descolgó manifestando que no le extrañaba demasiado el accidente, porque «arriesgan mucho y a veces son unos kamikazes».
Así que me van a disculpar si hoy puntualizo. Primero: porque, repito, se trata de amigos míos. Segundo: porque hacen un trabajo admirable y peligroso por cuatro duros al mes. Y tercero: porque si alguien está en las antípodas de la palabra kamikaze es la gente con la que yo he volado en los helicópteros Argos y navegado en las turbolanchas Hachejota. El piloto que se remojó hace dos semanas lleva trece mil horas de vuelo acumuladas en quince años volando casi siempre de noche, y sus tácticas de vigilancia y persecución, fruto de una larga experiencia -éste es su primer accidente, y todos los tripulantes salieron vivos-, son escuela para servicios similares de otros países, cuyos pilotos se confiesan admirados por la profesionalidad y eficacia de Vigilancia Aduanera. Y no estaría de más recordar, por cierto, que si a otros servicios de seguridad del Estado español no se les caen al mar helicópteros en misiones nocturnas, es porque esos servicios -que tienen, por supuesto, muchos notables méritos propios- no vuelan de noche, ni aterrizan a oscuras en playas diminutas, ni saltan a bordo de planeadoras cargadas de hachís en alta mar, jugándose la vida, para liarse a hostias con los malos mientras la goma pega pantocazos a cincuenta nudos. Todo eso no me lo ha contado nadie, porque lo he visto; y alguna vez la turbina de la Hachejota se tragó una piedra de la playa planeando en cuatro palmos de agua, o las olas que ahora dieron con Argos IV en el agua rozaron los patines del helicóptero desde el que veía lo que cuento. Pues quien no se moja, no saca peces. Y a cambio de ese peligro calculado y profesional que corren, pese a ser pocos, y a que no les renuevan la plantilla con el personal joven que necesitan, y a que su servicio de prensa y relaciones públicas es de una incompetencia extrema, y pese a que a veces parezca que lo que se pretende es liquidar Vigilancia Aduanera por recorte de presupuestos, vejez y aburrimiento de sus funcionarios, el Ministerio de Hacienda y el Estado español pueden presumir, y lo hacen, de unas cifras asombrosas de resultados en la lucha contra el narcotráfico en Europa.
Así que no les toquen los huevos, háganme el favor. Ni kamikazes, ni zumbados de la adrenalina, ni boquerones en vinagre. Al contrario: eficacísimos profesionales que se juegan la vida porque así se ganan con decencia el jornal. Hombres honrados, tranquilos y valientes, a los que tengo el privilegio de llamar amigos.
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