Hace algunas semanas mi amigo Damián me pasó unas fotografías
que datan de 1997, cuando el patrullero “Alcaraván-V” estuvo presente en la españolísima
ciudad de Melilla con motivo de la celebración del V Centenario de su conquista. También
visitaron en esa ocasión las olvidadas Islas Chafarinas y su fuerte de Isabel
II. Repasándolas sentí nostalgia al ver esta foto donde aparece mi amigo “Gorrete”.
Diego Augusto García vino al mundo el 28 de julio de 1936, si,
tan solo diez días después de que diera comienzo nuestra Guerra Civil, una dura
época que curtió a quienes tuvieron que sufrirla. Su vida siempre estuvo ligada
al mar, y a su malagueño barrio del Palo. Su piel dura y arrugada escondía a
una persona entrañable, buena en toda la extensión de la palabra, incapaz de
hacer daño a nadie, y con un extraordinario sentido del humor. Ingresó en el Servicio Especial de Vigilancia Fiscal el día 2
de abril de 1974, y recuerdo vagamente cuando me hablaba de los pailebotes
donde navegaba de joven y de uno en particular, el “Cabo Páez”, si mi mala
memoria no me falla.
No sé de dónde le vino el mote de “Gorrete” por el que todo
el mundo le conocía, pero quiero dejar constancia que era un apodo cariñoso y
nada despectivo entre otras cosas porque Diego era una persona muy querida. Un
contramaestre de los de antes, de aquellos que habían echado los dientes en un
barco, que conocían a la perfección su oficio y de los que hoy en día ya casi
no quedan. Siempre te recordaremos amigo.
En España somos muy dados a poner motes a las personas, y la
Marina Mercante no podía ser menos. Recuerdo uno muy curioso con el que se conocía
a un marinero del “Virgen de África” de la Compañía Trasmediterránea, “Barlovento”.
Al principio no sabía el porqué de este apodo, y suponía que le llamaban así por
ser alto, fuerte y recio, hasta que pasado el tiempo le creció el pelo y esa
melena rubia, rizada e incontrolable, tomó un gran volumen de tal manera que al verlo parecía
efectivamente que estuviera a barlovento recibiendo el viento aunque hubiese calma, caí entonces en la cuenta
y me moría de risa.
En la compañía MARFLET había un marinero al que apodaban “el
Niño Lobo”; imaginaros. El eslabón perdido entre los primates y el neanderthal.
Pelos por todo el cuerpo y demás. Por la noche de guardia al timón, con la pobre luz del
compás iluminándole desde abajo, daba miedo. Apenas hablaba, y no es que fuera
mala persona, es que no daba para más.
Bueno, no quiero dar la paliza con mis batallitas, pero les
dejo el último mote porque me hizo mucha gracia en su día: “El Terror de las
Hormigas”. Así le llamaban a uno de los parias, borrachines y majaretas que se reunían hace años en la
plaza del Cabildo de la marinera Sanlúcar de Barrameda. ¿Porqué?, pues este hombre andaba el pobre de mala manera arrastrando los pies lateralmente, barriendo literalmente por
donde pasaba. Que malas ideas tienen algunos.
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